21 de febrero de 2013

La espalda en el piso


Vengo de la playa donde todos menos unos sonríen. Todo podría cambiar en tres simples pasos. Ahora no. Pero hay mucho viento… ¡imposible leer!

¡Salgan del agua, que hay mucha gente y otros también quieren tomar fotos!

Y no responde, pero tampoco hay muchas nubes que digamos. ¿Será así como se resolverá todo? ¡Me encantaría saberlo! Cuánta incertidumbre…

Y a esa rama no le queda mucho. ¿Dónde caerá? Sobre el techo primero, seguro. Así que quizá lo ideal sería llamarla… ¡cuánto doble sentido hay en eso!

En fin, nada de esto es raro. Todo está igual que siempre. Todo está bien. ¿Qué cambia? La espalda en el piso. Por lo menos tuve la delicadeza de poner una manta debajo.

Ahora las que son tres son las cajas. Qué curioso… resulta interesante ese número. ¿Y el color? Arena: es más cálido y va con los muebles. Agradezco que hayas preguntado. Que me hagas un lugar en tu espacio.

Y nuevamente el agua. La píldora de la alegría y la felicidad. ¡Aléjate de mí! ¡No, vení! El mensaje va a ser cansador. Sería bueno que se entienda esa música. Pero debe ser la que proviene del río. Y hoy el río no trajo la paz de siempre.

Ahora cambiamos de estado. Sentarse no se siente mejor. ”Siéntete cómodo en el caos”. Pero las ganas de molestar vuelven a surgir. La reincorporación es un avance, y la escritura también.

¿Se mudan? Qué acción más dramática, y no justamente para el que lo hace. Y los golpes no están tan mal. Se podrían hacer unos agujeros más, ahora que ya hay más tiempo. Y se vuelve aún más interesante ver ese blíster más lejos. Esa es una agradable sorpresa.

La botella tiene arena. Se siente pegajosa y el agua muy tibia. Reincorporarse si, cambiar el agua, ya sería demasiado pedir. Pero con la cantidad derramada tal vez sería lo conveniente. Lo conveniente… el miedo… escribir y leer. O peor aún: que sea leído. No tiene importancia. Mentira tras mentira. Tiene importancia.

La manta ahora quedó sola y la verdad es que la extraño mucho. Está triste sin mí. Entonces se vuelve al mensaje: “hola, ¿estás ahí?” Y la respuesta seguramente será que sí. Pero no sería lo conveniente.

Calor de verano. Tengo que empeñarme en huir. Palabra difícil de escribir y fácil de hacer. Cuánto silencio. Por suerte el ventilador me murmura algo: “olvidaste nombrar a los chicos nuevos”. Tiene toda la razón. Y eso que los traje a este mundo con todo mi amor. Y las reglas, son todas parecidas. Ésta es de metal y se dobla, pero no se rompe. Casi como el junco. Por lo menos es lo que cuentan.

Ahora el vicio es éste. El miedo nuevamente. No se puede terminar este relato. Nunca comenzó. Y pasó frente a mí junto con muchísimas preguntas, cuyas respuestas son siempre las mismas. Así debía ser. Y la culpa es algo que no nos pertenece. O es tan nuestra que ya no nos damos cuenta que somos nosotros quienes le pertenecemos.

Ya no hay más que decir que todo lo que se debe decir pero se calla. Las nubes siguen cortando las señales. Son inocentes, pero son las culpables. Y si el mensaje afecta (que es lo más seguro) tampoco sería una solución. Y no hay fin. Lo cual es bueno. Solo hay comienzo.

Quemaré el libro, salvaré el gato, patearé la jarra, me serviré una taza de té. En el orden necesario. Hojas escritas para hacer cartapesta para Katrina. No hay avance. Ese camino es rojo. Justo como el color de las tres cajas. Interesante número, y cuánta pena que causa. Agua de nuevo.

Perdí el hilo. Imprimamos esto. Vamos al agua.